martes, 19 de octubre de 2010

Relato: La sonrisa en el Kiosko

La sonrisa en el Kiosco

Cada día sobre las 12 me pasaba por la Plaza de la Esperanza donde estaba el Kiosco. Hace poco que el Kiosco había cambiado de dueño y ahora lo llevaba una Señora amable de cabello rubio rizado y que siempre me saludaba con una sonrisa, de las más profundas que he visto.
Compraba la prensa diaria, a parte de unos fascículos diarios sobre el arte de la seducción y placeres poco comunes.
¡Hola, de nuevo por aquí!, me respondía con su sonrisa típica y que me aportaba un poco de elegancia deseada al día a día.
¡Si aquí estoy, ya me ves! le devolvía la sonrisa. ¡Pues te tengo reservado lo tuyo!,
me tuteaba con una naturalidad plasmante.
Mientras se disponía a revolver en sus revistas para localizar mi pedido, yo observaba con una atención discreta su cara marcada por algunas arrugas. No eran feas, me parecían ríos por donde fluía toda la sensatez y madurez que ella me transmitía.
Justo en el instante que yo tenia clavada mi mirada en sus ojos de azul eterno, ella desvío su cara encontrándose con mi mirada descubierta.
¡Aquí lo tienes!, descubriendo mi atrevimiento galán de mirarla de esa forma.
Lo único que hacia es ampliar aun más su sonrisa de miel de sol.
Yo no quería ser menos pensé, y al entregarme ella las revistas le deposite suavemente las monedas sobre la palma de su mano, acariciando apenas con mi dedo índice su mano al retirar mi mano y añadía: ¡Siempre estas al tanto de mi pedido!
¡Naturalmente que si, y mira ha salido una nueva edición de autores alemanes contemporáneos, quizás te interesa! y daba unos pasos saliendo de la caseta de su Kiosco. Llevaba una chaqueta negra de lana fina que le protegía del fresco otoñal, debajo una blusa que me parecía de Satén, también negra. ¡Pues si por favor, enséñamelo!, respondía.

Me acercaba a ella, y solo estaba a dos palmas de distancia de ella respetando la separación cordial. Del bolsillo de su chaqueta sacaba sus gafas, y con delicadeza maestral se las colocaba inclinándose sobre la mesa exterior para alcanzar unos libros situados al otro extremo.
¿Te ayudo? le ofrecía mi ayuda en un gesto de caballerosidad.
¡Si por favor, aguántame estos otros libros!, y sacaba uno tras otro para llegar al deseado. Su perfume me volvía de blanco y negro regresando a los ambientes de la década de los 40.
¡Ya esta, aquí lo tienes! Al entregarme el libro ella añadía: ¡Es “La esencia perdida de los Besos” de Sabine Herz. Lo leí el otro día y es muy profundo, te gustara!

Al ver el Libro ilustrado de un rojo tentador, le respondí: ¡Que buena recomendación me has hecho, esta autora siempre me cautivo!
¡A propósito, no se tu nombre! me dirigía a ella con el libro en la mano. ¡Estrella, es un placer!, me decía. Con dos besos en su mejilla, le pague y me despedí tras desvelarle también mi nombre.

El resto del día intentaba centrarme en mi trabajo, pero apenas podía. Su perfume aun caracterizaba el libro que me había entregado ella. Al aparecer la noche, llegue a casa. Una ducha, y una infusión me hicieron de ceremonia de apertura para iniciar la lectura del libro. La escritora remarcaba en su obra la importancia de la forma de dar los besos. Había besos ligeros y sin apenas profundidad que eran ideales para ser dados en sitios públicos con poco tiempo disponible. Estaban también los besos atrapadores, que más que besos ejercían de clímax superiores de nuestras propias lujurias personales.
El libro sencillamente me cautivaba. Yo ya me consideraba aperturista y liberal en cuanto a formas de pensar, pero agradecía enormemente esa porción de novedad a añadir.

A la mañana siguiente me levante con un Flash fijo en mis pensamientos. Antes de pasar por el Kiosco iba a comprar una rosa que iba a ser acompañada con una gran carta que en su interior contendría 10 sobres más pequeños, igual que las famosas muñecas rusas. En el último sobre más pequeño iba a introducir un mensaje: ¡Estrella, me has sorprendido con ese libro! ¿Te apetece ir a cenar conmigo? ¡Te digo esto, porque me gustas y quiero conocerte!
Con la sorpresa ya en mis manos me dirigía a su Kiosco. Al acercarme me sorprendió no verla, en vez de ella estaba una señora anciana, que decía ser su Tía. ¿Estrella esta bien? le preguntaba. Y con ojos llorosos me respondió: ¿No lo sabia? ¡Estrella tiene Cáncer y su estado ha avanzado tanto que le obligo a hospitalizarse!
Tras facilitarme la habitación y el hospital donde ella estaba ingresada, fui inmediatamente a verla.
Al entrar en la habitación la veía sola, aun sonriendo. Se sorprendió al verme entrar. ¿Tu por aquí? ¡Que agradable sorpresa!

Le agarre su mano y le pregunte ¿Estrella, cuéntame que ocurre?
¡Es terminal amigo mio! decia. Y sin poder remediarlo mis lágrimas saltaron, y le entregue la rosa y el sobre. Sus ojos cansados brillaron al abrir los sobres y al leer la esencia del mensaje contesto: ¡Si quiero, quiero cenar contigo! Y con esas palabras mi corazón paso a ser suyo y mis lagrimas se entremezclaron con una sonrisa que tenia un sabor ciertamente complicado. Dentro de mi sabia que iba a estar por ella todo lo que hiciera falta ….. ella solo me pedia: ¡Abrazame muy fuerte, y no me sueltes por favor!
¡Dios!, a veces la vida es un autentico misterio.

Avaherz

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